viernes, 31 de octubre de 2008

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La pobre viejecita

Erase una pobre viejecita sin nadita que comer sino carnes, frutas, dulces, tortas, huevos, pan y pez. Bebía caldo, chocolate, leche, vino té y café y la pobre no encontraba que comer ni que beber. Y esta vieja no tenía ni un ranchito en que vivir fuera de una casa grande con su huerta y su jardín. Nadie, nadie la cuidaba sino Andrés y Juan y Gil y ocho criados y dos pajes de librea y corbatín. Nunca tuvo en que sentarse sino sillas y sofás, con banquitos y cojines y resorte al espaldar. Ni otra cama que una grande más adornada que un altar, con colchón de blanda pluma, mucha seda y mucha ola. Y esta pobre viejecita cada año hasta su fin tuvo un año más de vieja y uno menos que vivir. Y al mirarse en el espejo la espantaba siempre allí, otra vieja de antiparras, papalina y peluquín. Y esta pobre viejecita no tenia qué vestir, sino trajes de mil cortes y de telas mil y mil. Y a no ser por sus zapatos, chanclas, botas y escarpín, descalcita por el suelo anduviera la infeliz. Apetito nunca tuvo acabando de comer, ni gozó salud completa cuando no se hallaba bien. Se murió de mal de arrugas, ya encorvada como un 3, y jamás volvió a quejarse ni de hambre ni de sed. Y esta pobre viejecita al morir no dejo más que onzas, joyas, tierras, casas, ocho gatos y un turpial. Duerma en paz, y Dios permita que logremos disfrutar las pobrezas de esta pobre, y morir del mismo mal.

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